Esta mujer será Madre de Dios, puerta de
la luz, fuente de vida; destruirá la acusación que pesaba sobre Eva. Los ricos
de entre los pueblos buscarán su rostro, los reyes de las naciones se
prosternarán ante ella ofreciéndole obsequios... pero la gloria de la Madre de
Dios es interior: es el fruto de su vientre. Mujer tan digna
de ser amada, tres veces bienaventurada, eres bendita entre las mujeres y el fruto de tu vientre es bendito. Hija del rey David y Madre de Dios, Rey
del universo, la obra maestra en la que el Creador se regocija, serás la
cumbre de la naturaleza. Porque tu vida no será para ti, no has nacido para ti
misma, sino que tu vida será para Dios.
Viniste
al mundo para él, servirás para la salvación de todos los hombres, cumpliendo
el designio de Dios fijado desde antiguo: la encarnación del Verbo, su Palabra,
y nuestra divinización. Todo tu deseo es alimentarte de la palabra de Dios,
fortalecerte con su savia, como verde olivo en la casa de Dios, un árbol plantado al borde de la
acequia, tú,
el árbol de la vida que dio fruto a su tiempo... El que es infinito, ilimitado, vino para
quedarse en tu seno; Dios, el niño Jesús, se alimentó de tu leche. Eres la
puerta siempre virginal de Dios; tus manos sostienen a tu Dios; tus rodillas
son un trono más elevado que los querubines... Eres la cámara nupcial del
Espíritu, la
ciudad del Dios vivo, en la que se regocijan las aguas del río, es decir, el efluvio de los dones del
Espíritu. Eres toda
hermosa, la amada de
Dios.
San Juan DAMASCENO
Monje, teólogo y doctor de la Iglesia (Ca. 675-749).
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