Si yo encontrara a un hombre que realmente tuviera los sentimientos
del publicano, que verdaderamente se considerara pecador, con tal que en este
sentimiento de humildad tuviera el deseo de ser bueno, le daría con buena
conciencia cada dos días el cuerpo de nuestro Señor... Si el hombre quiere
continuar absteniéndose de caídas y faltas graves, es muy necesario que sea
alimentado de este alimento noble y fuerte... Por eso vosotras no debéis
fácilmente absteneros de la comunión porque os sepáis pecadoras. Al contrario,
debéis acudir con frecuencia a la mesa santa, porque ahí están, allí
son depositadas y escondidas toda fuerza, toda santidad, toda ayuda y todo
consuelo.
Pero
vosotras no juzgaréis tampoco a los que no lo hacen... No debéis emitir ningún
juicio, para no ser semejantes al fariseo que se vanagloriaba y condenaba al
que estaba detrás de él. Guardaos de esto como de la pérdida de vuestras almas;
absteneos de este peligroso pecado de la reprobación... Cuando el hombre llega
a la cumbre de toda perfección, nada es más necesario para él que sumergirse en
las profundidades más bajas e ir hasta las raíces de la humildad. Porque del mismo
modo que la altura de un árbol depende de la profundidad de sus raíces, así la
elevación de esta vida viene de la profundidad de la humildad. He aquí por qué
el publicano, que había reconocido las profundidades de su bajeza hasta el
punto de no atreverse a levantar los ojos hacia el cielo, fue elevado sobre la
altura, porque regresó
a su casa habiendo sido justificado.
Beato Juan TAULERO, Dominico en Estrasburgo (Ca. 1300-1361).
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