Me podréis decir: pero la Iglesia está
formada por pecadores, lo vemos cada día. Y esto es verdad: somos una Iglesia
de pecadores; y nosotros pecadores estamos llamados a dejarnos transformar,
renovar, santificar por Dios. Ha habido en la historia la tentación de algunos
que afirmaban: la Iglesia es solo la Iglesia de los puros, de los que son
totalmente coherentes, y a los demás hay que alejarles. ¡Esto no es verdad!
¡Esto es una herejía! La Iglesia, que es santa, no rechaza a los pecadores; no
nos rechaza a todos nosotros; no rechaza porque llama a todos, los acoge, está
abierta también a los más lejanos, llama a todos a dejarse envolver por la
misericordia, por la ternura y por el perdón del Padre, que ofrece a todos la posibilidad
de encontrarle, de caminar hacia la santidad.
En la Iglesia, el Dios que encontramos no
es un juez despiadado, sino que es como el Padre de la parábola evangélica.
Puedes ser como el hijo que ha dejado la casa, que ha tocado el fondo de la
lejanía de Dios. Cuando tienes la fuerza de decir: Quiero volver a casa,
hallarás la puerta abierta, Dios te sale al encuentro porque te espera
siempre, Dios te espera siempre, Dios te abraza, te besa y hace fiesta. Así es
el Señor, así es la ternura de nuestro Padre celestial.
Francisco
Jesuíta argentino, actual sucesor de san
Pedro al frente de la Iglesia católica (1936-).
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