Hemos de recordar que el título de nobleza teológica central de Jesús es «el Hijo». Sin duda intentó resumir en una palabra la impresión general que daba su vida; la orientación de su vida, su raíz y su punto de origen tenía como nombre «Abba», papá. Sabía que nunca estaba solo; hasta en su último grito en la cruz se dirige por entero al Otro, al que llama Padre. Esto es lo que hizo posible que su verdadero título de nobleza no sea finalmente «Rey» ni «Señor» ni otros atributos de poder, sino una palabra que también podríamos traducir por «niño». Entonces, podemos decir que si el niño ocupa un lugar eminente en la predicación de Jesús es porque está en consonancia con su misterio más personal, su filiación.
Su
mayor dignidad, que le lleva a su divinidad, no es, al final, un poder que
posee por sí mismo, sino que consiste en el hecho de volver al Otro: a Dios
Padre... El hombre quiere hacerse Dios y debe llegar a él. Pero cada vez que,
como en el eterno diálogo con la serpiente del Paraíso, trata de alcanzarlo
librándose de la tutela de Dios, y rechaza la infancia como estado de vida,
desemboca en la nada, porque se opone a su propia verdad que es dependencia.
Solamente ha de conservar lo más esencial de la infancia y la existencia de
hijo, vivida primero por Jesús, para entrar con el Hijo en la divinidad.
JOSEPH
RATZINGER
Teólogo
alemán del siglo XX, perito en el Concilio Vaticano II.
Papa
emérito Benedicto XVI.
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