Dios envió a su Hijo a este mundo, el pan de los ángeles, por el amor extremo con que nos amó.
Porque Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único. Este es el verdadero maná que el Señor
hizo llover del cielo como alimento de los hombres, este el que Dios en su
bondad ha preparado para sus pobres. Porque Cristo, que descendió por todos los
hombres, atrae a todos hacia sí por su bondad inefable. No rechaza a nadie y
admite a todos los hombres a la conversión. Para todos los que lo reciben es
dulzura deliciosa. Únicamente él puede colmar todos los anhelos del hombre y se
adapta de manera diferente a unos y a otros, según sus tendencias, sus deseos
y apetitos.
Cada uno encuentra en él un sabor
distinto. Porque no tiene el mismo sabor para el que se convierte y comienza el
camino como para el que avanza en él o está ya llegando a la meta. No tiene el
mismo sabor
en la vida activa que en la vida contemplativa, ni para el que usa de
este mundo como el que vive apartado de él, para el célibe y el hombre casado,
para el que ayuna y distingue los días como para el que considera todos
iguales. Este maná cura las enfermedades, alivia los dolores, anima en los
esfuerzos y fortalece la esperanza. Aquellos que lo han saboreado siempre tendrán hambre. Los que tienen
hambre serán saciados.
San Balduino de Ford
Abad cisterciense (t Ca. 1190).
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