No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a
conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La
relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos
están de tal forma unidas que, como dice la Escritura, el que no ama, no ha conocido a Dios. Así se elimina el fundamento de toda
teoría o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre los
pueblos, en lo que toca, a la dignidad humana y a los derechos que de ella
dimanan.
La Iglesia, por consiguiente, reprueba
como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada
por motivos de raza o color, de condición o religión. Por esto, el sagrado
Concilio, siguiendo las huellas de los santos apóstoles Pedro y Pablo, ruega
ardientemente a los fieles que, «observando en medio de las naciones una
conducta ejemplar», si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con
todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los
cielos.
Concilio Vaticano II Concilio ecuménico XXI de la Iglesia
católica (1963-1965).
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