Desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo. Los niños
no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar hasta que no les
enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el
reino de los cielos. Por tanto, como no podía cristianamente negarme a tan
piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe en el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, les enseñaba el Símbolo de los apóstoles y las oraciones del
Padrenuestro y el Avemaria. Advertí en ellos gran disposición, de tal manera
que, si hubiera quien los instruyese en la doctrina cristiana, sin duda
llegarían a ser unos excelentes cristianos.
Muchos en estos lugares no son cristianos simplemente porque no hay
quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades
de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como
quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que
caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan
excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!» Muchos de ellos se
ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado
sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad de
Dios, diciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga?
Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India».
San Francisco Javier
Jesuíta español del grupo de primeros
compañeros de san Ignacio de Loyola. Evangelizador de la India y el Japón, es
patrono de las misiones (1506-1552).
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