Jesús vio a un hombre sentado al mostrador
de los impuestos. Su
nombre era Mateo. Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos
corporales.
Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le dijo: Sigúeme, que quiere decir: «Imítame», porque,
quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él. Mateo se levantó y lo siguió. No hay que extrañarse del hecho de que
aquel recaudador de impuestos, a la primera orden del Señor, abandonase su
preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas sus riquezas,
se adhiriese al grupo que acompañaban a aquel que carecía de bienes. Es que el
Señor, que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e
invisible para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra le invitaba a
dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro
incorruptible.
Estando Jesús a la mesa en casa de Mateo, muchos publícanos y
pecadores vinieron a colocarse junto a él y a sus discípulos. La conversión de
un solo publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para muchos otros
publícanos y pecadores. Mateo, que estaba destinado a ser apóstol y maestro de
los gentiles, en su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí por el
camino de la salvación a un considerable grupo de pecadores.
San Beda el Venerable
Natural de Nortumbría (Gran Bretaña);
monje de gran erudición y doctor de la Iglesia (673-735).
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