La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la
misericordia -el atributo más asombroso del Creador y del Redentor- y cuando
acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que
es depositaría y dispensadora. En este ámbito tiene un gran significado la
meditación constante de la palabra de Dios, y sobre todo la participación consciente
y madura en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación.
La Eucaristía nos acerca siempre a aquel
amor que es más fuerte que la muerte: en efecto, cada vez que comemos de este pan o
bebemos de este cáliz, no sólo anunciamos la muerte del Redentor, sino que además proclamamos
su resurrección, mientras esperamos su venida en la gloria. El mismo rito
eucarístico, celebrado en memoria de quien en su misión mesiánica nos ha
revelado al Padre, por medio de la palabra y de la cruz, atestigua el amor
inagotable, en virtud del cual él desea siempre unirse e identificarse con
nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos. Es el
sacramento de la penitencia o reconciliación el que allana el camino a cada
uno, incluso cuando se
siente bajo el peso de grandes culpas. En este sacramento cada hombre
puede experimentar de manera singular la misericordia, es decir, el amor que es
más fuerte que el pecado.
San Juan Pablo II Primer papa polaco de la historia. Su
pontificado ha sido el tercero más largo de la historia (1920-2005).
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