Nuestro tiempo es dramático y al mismo tiempo fascinante. Mientras por
un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y
de sumergirse cada vez más en el materialismo consumista, por otro, manifiestan
la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de
aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración. No sólo en las
culturas impregnadas de religiosidad, sino también en las sociedades
secularizadas se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la
deshumanización... La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para
ofrecerá la humanidad en Cristo, que se proclama el camino, la verdad y la vida.
La Iglesia debe de ser fiel a Cristo;
ella es su cuerpo y recibe la misión de hacerle presente. La Iglesia debe hacer
todo lo posible para realizar su misión en el mundo y llegar a todos los
pueblos; tiene también el derecho, concedido por Dios, de llevar a cabo la
realización de su plan. La libertad religiosa, a veces todavía limitada o
restringida, es la condición y la garantía de todas las libertades que
fundamentan el bien común de las personas y de los pueblos. Es de desear que se
conceda a todos y en todo lugar la verdadera libertad religiosa. Se trata de un
derecho inalienable de toda persona humana.
San Juan Pablo II
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