lunes, 23 de noviembre de 2015


 
 
 



 

 

 

EL SOL Y LAS SOMBRAS.

 

La luz y las tinieblas forman parte de nuestra imaginación infantil. El sol y las sombras configuran nuestra confianza y nuestros temores.

Si miramos hacia el sol no veremos la sombra que proyectan nuestros cuer­pos sobre el terreno. Y, al contrario, sólo cuando damos la espalda al sol des­cubrimos que, más larga o más corta, nuestra sombra parte de nuestros propios pies.

En ese momento nos damos cuenta que un lado de nuestro cuerpo es inac­cesible para el sol. Pero no sólo eso. Se nos hace evidente que con nuestro cuerpo impedimos que la luz del sol llegue a un espacio de la tierra y que pueda bañar algunos objetos y tal vez a algunos seres vivos. Cada uno de noso­tros se interpone con frecuencia entre el sol y las cosas.

Por otra parte, cuando falta la luz, a muchos de nosotros nos asalta el miedo. En la oscuridad parece que los raidos se agrandan y hasta creemos ver fantasmas. Caminamos a tientas, tropezamos con cualquier cosa y desconocemos los luga­res que deberían sernos familiares.

Pues bien, esa observación se con­vierte en una especie de parábola cuando pensamos en nuestra vida de fe. Sabemos que si volvemos la vista hacia Dios, quedaremos inundados por su luz. Ante la luz de Dios perderán impor­tancia muchos de los problemas que creíamos insuperables, hasta el punto que nos quitaban el sueño y la paz.

Evidentemente todos tenemos que tener los pies bien plantados en el suelo

y observar atentamente lo que ocurre en nuestra tierra. Pero si solamente diri­gimos la mirada hacia lo más terrenal de nuestra vida, perderemos la necesaria perspectiva y nuestras preocupaciones se agrandarán de forma insospechada.

Aún hay más. Cuando caemos en el orgullo y la altanería, cuando nos ensal­zamos y crecemos demasiado a nuestros propios ojos, nos interponemos entre Dios y nuestros hermanos. Proyectamos una sombra tan espesa sobre ellos que con frecuencia llegamos a ignorar su presencia y sus lamentos.

Algo parecido ocurre con el mundo creado. Hemos agrandado hasta tal pun­to nuestras necesidades o caprichos que hemos creado verdaderos desastres eco­lógicos. Hemos dejado en sombra gran­des zonas de la naturaleza. Creamos un cierto eclipse que nos lleva a ignorar a muchos seres vivos y a una parte notable de la tierra.

Volver la vista a Dios nos llevará a descubrir su grandeza y su misericordia. Nos obligará a comprender cuál es nues­tro puesto en el mundo. Nos ayudará a respetar la dignidad de nuestros seme­jantes. Y la belleza de este mundo crea­do, en el cual podemos descubrir las huellas del Creador.

 

José- Román FLECHA ANDRÉS.

 

 

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