viernes, 27 de abril de 2018

LOS FRUTOS DE LA RESURECCIÓN.


  Algún padre de la Iglesia ha visto en estas mujeres un signo de la Iglesia que se abraza a los pies de su Señor. Hoy de una manera especial se nos manifiesta esta alegría, que es tanto la de la Iglesia por la victoria de Jesús como la del Señor por sus redimidos. Es la alegría de un encuentro y de una relación de amor. Jesús ama a su Iglesia y la Iglesia ama a su Señor. Dice Pedro Crisólogo: «Cuando sale al encuen­tro de estas mujeres, no las asusta con su poder, sino que las previene con el ardor de su caridad. Porque Jesucristo se saluda en su Iglesia, que ha recibido en su propio cuerpo».

Igualmente el Señor les recuerda que digan a los discípulos, a los que llama hermanos (porque por la resurrección de Jesús nos viene el don de la filiación divina), que vayan a Galilea. En Galilea había empezado todo. Allí los apóstoles conocieron a Jesús y empezaron a caminar con él. Ha señalado el papa Francisco: «En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió que lo siguiera; recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba».

DAVID AMADO FERNÁNDEZ

miércoles, 25 de abril de 2018

EL SACRAMENTO DE LA UNIDAD. JESÚS + IGLESIA.


Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre. El Señor nos lo advierte cuando dice: Quien no está conmigo está contra mí, quien no recoge conmigo desparrama. El que rompe la paz y la concordia de Cristo actúa contra Cristo. El que recoge fuera de la Iglesia desparrama la Iglesia de Cristo. El Señor dice: El Padre y yo somos uno. Está escrito, a propósito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: Los tres están de acuerdo. ¿Quién, leyendo esto, creerá que la unidad que tiene su origen en esta armonía divina pueda romperse a pedazos en la Iglesia por conflic­tos de la voluntad? El que no observa esta unidad no observa la ley de Dios ni la fe en el Padre ni en el Hijo; no obtendrá ni la vida ni la salvación.

Este sacramento de la unidad, este lazo de concor­dia en una cohesión indisoluble, se nos muestra en el evangelio a través de la imagen de la túnica del Señor. No puede ser dividida ni rota, sino que la echarán en suertes para saber a quién le toca revestirse de Cristo. Es el símbolo de la unidad que viene de arriba.

San Cipriano

Natural de Cartago y convertido del paganismo, llegó a ser obispo de su ciudad; escribió en tiempos de persecución de la Iglesia y sufrió el martirio (210-258).

domingo, 22 de abril de 2018

LA EUCARISTIA -> AMOR EXTREMO.


  En la Eucaristía, Jesús se hace presente y, al mismo tiempo, se ofrece por la salvación de los hombres. Es el sacramento de su amor. Señaló el padre Hurtado: «El fuego de la inmo­lación eucarística, como el de la cruz, es el amor infinito del Corazón de Jesús». A través de la comunión, Jesús nos ofrece el mismo fuego de su amor. Se une a nosotros para que tam­bién nosotros podamos ofrecemos.

En aquella Última Cena, Jesús también mostró a sus após­toles de qué manera debían vivir la fuerza que iban a recibir en la Eucaristía. Lo hace mediante el lavatorio de los pies. La Eucaristía dispone para el servicio a los hermanos, nos capa­cita para la práctica de la caridad. El «amor extremo» que nos manifiesta con su entrega se perpetúa en nosotros haciéndo­nos capaces de amar como él. Por eso, tenemos que volver continuamente a la Eucaristía. En ella encontramos el amor con el que Jesús nos ha amado y también la fuerza para res­ponder a ese amor.
La acción de gracias de la Eucaristía es la práctica de la mise­ricordia. Mostramos nuestro agradecimiento a Dios dejando que su amor nos transfigure interiormente y nos vaya con­formando cada vez más a él. Lavando los pies a sus apósto­les, Jesús nos enseña a no poner medida a nuestro amor. El Maestro sorprendió a Pedro, como también a nosotros. Servir a los demás nunca es indigno. En la medida en que nos vamos identificando con el Señor se nos van descubriendo nuevas ocasiones para ayudar a los demás.


DAVID AMADO FERNÁNDEZ

jueves, 19 de abril de 2018

EL TRABAJO.


La verdad de que el hombre con su trabajo participa en la obra de Dios, su Creador, ha sido particularmente puesta en relieve por Jesucristo, de quien muchos de sus primeros oyentes de Nazaret se preguntaban asom­brados: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿No es este el carpintero? En efecto, Jesús proclamaba y, sobre todo, ponía por obra el evangelio que le había sido confiado, las pala­bras de la eterna Sabiduría. Por esta razón, se trataba verdaderamente del «evangelio del trabajo», porque el mismo que lo proclamaba era un trabajador, un arte­sano como José de Nazaret.

Aunque no encontremos en las palabras de Cristo el mandato particular de trabajar -sino más bien, una vez, la prohibición de preocuparse de manera excesiva del trabajo y de los medios de subsistencia- su vida es, a este respecto, suficientemente elocuente: él per­tenece al mundo del trabajo, aprecia y respeta el tra­bajo del hombre. Incluso se puede decir más: mira con amor el trabajo y sus diversas expresiones, viendo en cada una de ellas una manera particular de manifestar la semejanza del hombre con Dios Creador y Padre... En las parábolas sobre el reino de Dios, Jesucristo se refiere constantemente al trabajo: al del pastor, del agricultor, del médico, del sembrador... Presenta al apostolado semejante al trabajo manual de los sega­dores o de los pescadores. He aquí el grande, aunque discreto, evangelio del trabajo que encontramos en la vida de Cristo y en sus parábolas, en lo que Jesús ha hecho y enseñado.

San JUAN PABLO II
Primer papa polaco de la historia
(1920-2005) 

martes, 17 de abril de 2018

JESÚS ENSEÑABA CON AUTORIDAD.


 Jesús enseñaba con autoridad, y los oyentes percibían que 'nadie como él entendía lo que significaban exactamente aque­llos textos. Era como si fuera él mismo quien los hubiera escrito y solo él era capaz de sacar de cada palabra todo el amor que contenía. En su misma persona las palabras adquirían vida. No había una escisión entre lo que decía y lo que él mismo era o hacía. De aquí sacamos varias conclusiones prácticas. La primera es que, cuando leemos la Biblia y, especialmente el evangelio, no podemos dejar de mirar a Cristo: solo en él cobran pleno sentido sus palabras. La segunda es que no se puede hablar de Jesús sin estar fielmente unidos a él.
Más de una vez me ha pasado que, escuchando una homi­lía mal construida, llena de imprecisiones, pobre en vocabu­lario y hasta repetitiva, he percibido algo de la belleza del evangelio por el amor a Dios de quien predicaba. La belleza del evangelio es la misma belleza de Cristo y no puede sus­tituirse por ninguna otra. Las palabras de Jesús no podemos mejorarlas, sino que son ellas las que nos hacen mejores a nosotros. La auténtica explicación del evangelio es la santidad.


David AMADO FERNÁNDEZ

jueves, 12 de abril de 2018

EL GRANO DE TRIGO MUERE, Y...


El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza. Esta pequeña semilla es para nosotros el sím­bolo de Jesucristo que, sepultado en la tierra del jar­dín, surgió poco después en su resurrección y se irguió como un gran árbol. Se puede decir que cuando murió fue como una pequeña semilla. Fue un grano de semi­lla por la humillación en la carne y un gran árbol por la glorificación en majestad. Fue un grano de semilla cuando se presentó ante nuestros ojos desfigurado, y un gran árbol cuando resucitó como el más bello de los hombres.

Las ramas de este árbol santo son los predicadores del evangelio, de los cuales nos dice un salmo: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Los pájaros anidan en sus ramas cuando las almas de los justos se elevan por encima de las seduc­ciones de la tierra, y, apoyándose en sus alas de san­tidad, encuentran en las palabras de los predicadores del evangelio el consuelo que necesitan en las penas y fatigas de esta vida.

San Gregorio Magno

Nació en Roma; prefecto de su ciudad y monje después, fue papa desde el año 590.

Es doctor de la Iglesia (540-604).

martes, 10 de abril de 2018

ENTREGA DE JESUS.


Los inmensos beneficios con los que el Señor ha agra­ciado al pueblo cristiano hacen que este quede elevado a una dignidad inestimable. En efecto, no hay ni habrá nunca una nación en la que los dioses estén tan cerca de nosotros como lo está nuestro Dios. El Hijo único de Dios, con el propósito de hacernos participar de su divinidad, asumió nuestra naturaleza y se hizo hombre para divinizar a los hombres. Todo lo que ha tomado de nosotros lo ha puesto al servicio de nuestra salvación. Porque para nuestra reconciliación ofreció su cuerpo a Dios Padre sobre el altar de la cruz; derramó su san­gre como precio de rescate de nuestra condición de esclavos y para purificarnos de nuestros pecados por el baño de la regeneración.

Para que permanezca en nosotros el recuerdo con­tinuado de tan gran beneficio, dejó a los creyentes su cuerpo como alimento y su sangre como bebida bajo las especies del pan y del vino. ¡Oh admirable y hermoso banquete que trae la salvación y contiene la dulzura en plenitud! ¿Se puede encontrar algo de más precio que esta comida en la que ya no es la carne de terneros y machos cabríos sino la de Cristo, verdadero Dios, la que se nos ofrece?
Santo Tomás deAquino
Dominico italiano, se le considera guía principal del pensamiento católico en filosofía y teología. Es doctor de la Iglesia (1225-1274).
 



viernes, 6 de abril de 2018

SAN FRANCISCO DE ASIS.


Un día en que Francisco se paseaba a caballo por la llanura cerca de Asís, en su camino encontró a un leproso. Ante este encuentro inesperado, le vino un sentimiento de intenso horror, mas, acordándose de la resolución que había hecho de vida perfecta y de que, antes que nada, debía vencerse a sí mismo si quería llegar a ser «soldado de Cristo», saltó del caballo para abrazar al desgraciado. Este, que alargaba su mano para recibir una limosna, recibió, ¡unto con el dinero, un beso. Después Francisco volvió a subirse al caba­llo. Pero sintió ganas de mirar a su alrededor, y ya no vio al leproso. Lleno de gozo y admiración, se puso a cantar alabanzas al Señor y, después de este acto de generosidad, hizo el propósito de no prolongar por más tiempo su estancia en aquel lugar.
Se abandonó entonces al espíritu de pobreza, al gusto por la humildad y a seguir los impulsos de vivir una pie­dad profunda. Siendo así que antes la sola vista de un leproso le sacudía interiormente de horror, desde aquel momento se puso a prestarles todos los servicios posi­bles con una despreocupación total de sí mismo, siem­pre humilde y muy humano; y todo ello lo hacía por Cristo crucificado, al cual, según el profeta, le estima­mos leproso. A menudo los visitaba y les daba limosnas; después, movido por la compasión, besaba afectuosa­mente sus manos y su rostro.

San Buenaventura
Teólogo, cardenal y general de la Orden franciscana. Conocido como el «Doctor Seráfico", escribió la vida de san Francisco de Asís. Es doctor de la Iglesia (1221-1274).
 









martes, 3 de abril de 2018

HOY, HAY QUE MAGNIFESTAR NUESTRA FE

Orad sin cesar por los demás. Se puede esperar su arrepentimiento y que se vuelvan a Dios. Por lo menos, que vuestro ejemplo les enseñe el camino. A su cólera, oponed vuestra dulzura; a su arrogancia, vuestra humil­dad; a sus blasfemias, vuestra oración; a sus errores, la firmeza de vuestra fe; a su violencia, vuestra sereni­dad, procurando no hacer nada de lo que hacen ellos. Mostrémosles por nuestra bondad que somos sus her­manos. Intentemos imitar al Señor. ¿Quién ha sufrido la injusticia como él? ¿Quién fue despojado y rechazado como él? Que no se encuentre entre vosotros la hierba del diablo. ¡Permaneced en Cristo por una pureza y una templanza perfectas, de cuerpo y de espíritu!

He aquí que hemos llegado al final de los tiempos. Únicamente gracias a Cristo entraremos en la vida ver­dadera. Fuera de Cristo no hay nada que valga la pena. Nada supera la paz; triunfa de todos los asaltos que sufri­mos por parte de nuestros enemigos, sean del cielo o de la tierra... Hoy día ya no basta con confesar la fe, hay que manifestar hasta el final la fuerza que nos habita.


San Ignacio de Antioquía

Obispo de Antioquía, en Siria, donde sucede a san Pedro. Escribe siete admirables cartas a distintas Iglesias de camino a Roma, donde sufriría el martirio (t 107).