viernes, 6 de abril de 2018

SAN FRANCISCO DE ASIS.


Un día en que Francisco se paseaba a caballo por la llanura cerca de Asís, en su camino encontró a un leproso. Ante este encuentro inesperado, le vino un sentimiento de intenso horror, mas, acordándose de la resolución que había hecho de vida perfecta y de que, antes que nada, debía vencerse a sí mismo si quería llegar a ser «soldado de Cristo», saltó del caballo para abrazar al desgraciado. Este, que alargaba su mano para recibir una limosna, recibió, ¡unto con el dinero, un beso. Después Francisco volvió a subirse al caba­llo. Pero sintió ganas de mirar a su alrededor, y ya no vio al leproso. Lleno de gozo y admiración, se puso a cantar alabanzas al Señor y, después de este acto de generosidad, hizo el propósito de no prolongar por más tiempo su estancia en aquel lugar.
Se abandonó entonces al espíritu de pobreza, al gusto por la humildad y a seguir los impulsos de vivir una pie­dad profunda. Siendo así que antes la sola vista de un leproso le sacudía interiormente de horror, desde aquel momento se puso a prestarles todos los servicios posi­bles con una despreocupación total de sí mismo, siem­pre humilde y muy humano; y todo ello lo hacía por Cristo crucificado, al cual, según el profeta, le estima­mos leproso. A menudo los visitaba y les daba limosnas; después, movido por la compasión, besaba afectuosa­mente sus manos y su rostro.

San Buenaventura
Teólogo, cardenal y general de la Orden franciscana. Conocido como el «Doctor Seráfico", escribió la vida de san Francisco de Asís. Es doctor de la Iglesia (1221-1274).
 









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