La verdad de que el hombre con su trabajo participa en la obra de
Dios, su Creador, ha sido particularmente puesta en relieve por Jesucristo, de
quien muchos de sus primeros oyentes de Nazaret se preguntaban asombrados: ¿De dónde
saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿No es este el
carpintero? En
efecto, Jesús proclamaba y, sobre todo, ponía por obra el evangelio que le
había sido confiado, las palabras de la eterna Sabiduría. Por esta razón, se
trataba verdaderamente del «evangelio del trabajo», porque el mismo que lo
proclamaba era un trabajador, un artesano como José de Nazaret.
Aunque no encontremos en las palabras de Cristo el mandato particular
de trabajar -sino más bien, una vez, la prohibición de preocuparse de manera
excesiva del trabajo y de los medios de subsistencia- su vida es, a este
respecto, suficientemente elocuente: él pertenece al mundo del trabajo,
aprecia y respeta el trabajo del hombre. Incluso se puede decir más: mira con
amor el trabajo y sus diversas expresiones, viendo en cada una de ellas una
manera particular de manifestar la semejanza del hombre con Dios Creador y
Padre... En las parábolas sobre el reino de Dios, Jesucristo se refiere
constantemente al trabajo: al del pastor, del agricultor, del médico, del
sembrador... Presenta al apostolado semejante al trabajo manual de los segadores
o de los pescadores. He aquí el grande, aunque discreto, evangelio del trabajo
que encontramos en la vida de Cristo y en sus parábolas, en lo que Jesús ha hecho y enseñado.
San JUAN PABLO II
Primer papa polaco de la historia
(1920-2005)
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