martes, 17 de abril de 2018

JESÚS ENSEÑABA CON AUTORIDAD.


 Jesús enseñaba con autoridad, y los oyentes percibían que 'nadie como él entendía lo que significaban exactamente aque­llos textos. Era como si fuera él mismo quien los hubiera escrito y solo él era capaz de sacar de cada palabra todo el amor que contenía. En su misma persona las palabras adquirían vida. No había una escisión entre lo que decía y lo que él mismo era o hacía. De aquí sacamos varias conclusiones prácticas. La primera es que, cuando leemos la Biblia y, especialmente el evangelio, no podemos dejar de mirar a Cristo: solo en él cobran pleno sentido sus palabras. La segunda es que no se puede hablar de Jesús sin estar fielmente unidos a él.
Más de una vez me ha pasado que, escuchando una homi­lía mal construida, llena de imprecisiones, pobre en vocabu­lario y hasta repetitiva, he percibido algo de la belleza del evangelio por el amor a Dios de quien predicaba. La belleza del evangelio es la misma belleza de Cristo y no puede sus­tituirse por ninguna otra. Las palabras de Jesús no podemos mejorarlas, sino que son ellas las que nos hacen mejores a nosotros. La auténtica explicación del evangelio es la santidad.


David AMADO FERNÁNDEZ

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