miércoles, 30 de marzo de 2016

LA EUCARISTÍA


Reconocer a Jesús en la Eucaristía, es lo prime­ro a la hora de comulgar. ¡Ábrenos, Señor, los ojos para verte! ¡Que nos demos cuenta de que en la Sagrada Hostia hay alguien más que Jonás, al­guien más que Salomón!

Sabiendo que va a venir a nosotros, el siguiente paso después de activar nuestra fe, es prepararnos dignamente. ¿Qué haríamos si nos dijeran: Tal per­sonaje importante va a venir mañana a tu casa, a hacerte grandes dones? Probablemente no dormi­ríamos pensando en cómo recibirlo. Pues es Dios, Todopoderoso, quien va a llegar a nosotros a pro­porcionarnos múltiples bienes.

¿Cómo dispondremos nuestras almas? Si Dios preparó a la Virgen y la hizo inmaculada para reci­bir a su Hijo, y el mismo Jesús mandó a Pedro y a Juan que le aderezasen un lugar adecuado para ce­lebrar la última cena (cfr. Le 22, 8-12), ¿qué he­mos de hacer nosotros? Procuraremos estar bien limpios por fuera, y especialmente por dentro, te­niendo presente que «está vigente y lo estará siem­pre en la Iglesia, la norma por la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo (cfr. 1 Cor 11, 28), al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es cons­ciente del pecado mortal . Propongámonos fir­memente recibir a Jesús del modo que dice la sen­tencia: como la primera vez, como la última, como la única, y así evitaremos e)T acostumbramiento y rutina ante este gran prodigio que es comulgar.


JÁVIER  FERNÁNDEZ-PACHECO

jueves, 24 de marzo de 2016

ESPÍRITU SANTO Y ORACIÓN.


La oración de petición es otro medio para con­seguir el Santo Espíritu. «Pedid y recibiréis, bus­cad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros si un hijo le pide un pan le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará en vez de un pez una serpiente? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión?» Y el Se­ñor concluye: «Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Le 11, 13).
Pedir a Dios el Espíritu Santo es una oración segura. Es el ejemplo de buena petición que nos pone Jesús. No cabe, pues, que no seamos atendi­dos, como ocurre a veces cuando solicitamos en nuestra oración cosas que, aunque aparentemente son buenas para nosotros, Dios sabe que no nos convienen.


JÁVIER  FERNÁNDEZ-PACHECO

sábado, 19 de marzo de 2016

LAS DOS VENIDAS DE CRISTO.


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Verdaderamente hay una venida del Señor frecuente e íntima, según el mérito y el fervor de cada  uno, que durante este periodo intermedio entre su primera venida y su vuelta el último día nos configura con la primera, y  nos prepara para la segunda. Si el Señor viene a nosotros ahora es para que su primera venida no quede inútil, y la última no sea la venida de su cólera. Por su venida actual, en efecto,, reforma nuestro orgullo según el ejemplo de su humildad en la primera venida y, luego, reforma nuestro cuerpo humilde a imagen del cuerpo glorioso que nos mostrará cuando vuelva. Por esto debemos pedir con fervor esta venida intermedia que nos da la gracia de la primera venida y nos promete la gloria de la última.

La primera venida fue humilde y escondida, la última será esplendorosa y magnifica. La venida de la que hablamos está escondida, pero es igualmente magnifica. Digo "escondida" no porque sea ignorada por aquel en que tiene lugar, sino porque se realiza en el secreto del alma. Llega sin ser visto y se aleja sin que uno lo perciba. Su presencia es luz del alma y del espíritu. En el alma se ve al invisible y se conoce al incognoscible. Esta llegada del Señor coloca al alma de quien la contempla en una dulce y dichosa admiración. Entonces, del fondo del hombre brota el grito: "Señor, ¿quién se compara a tí ?".

 

Beato GUERRICO DE IGNY

 

1080  -  1157.

 

 

lunes, 14 de marzo de 2016

LA COMPASIÓN


Existe una misericordia terrena y humana, y otra celestial y divina. La misericordia humana consiste en atender a las miserias de los pobres. La misericordia divina, sin duda, consiste en el perdón de los pecados. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la per­sona de todos los pobres, como dijo él mismo. ¿Cómo somos nosotros, que, cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque, cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres si quieres esperar confiado el perdón de los pecados.
Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la iglesia? Ciertamente la mise­ricordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibi­réis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél pide un bocado; tú, la vida eterna. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad limosna a los pobres según vuestras posibilidades.

SAN CESAREO DE ARLES
Presidió varios concilios y fundó monasterios masculinos y femeninos (470-543).


 

viernes, 11 de marzo de 2016

El mandamiento del amor


Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Este es el man­damiento de Dios y él no puede pedir lo imposible. El amor es un fruto que madura en todas las estaciones y siempre está disponible. Todo el mundo lo puede coger. No hay límite que se imponga a nuestro deseo. La meditación y el espíritu de oración, el sacrificio y la intensidad de la vida interior son para todos nosotros los medios de alcanzar este amor.
Si no hay ningún límite es porque Dios es amor, y el amor es Dios. Lo que realmente nos une a Dios es una relación de amor. Y el amor de Dios es infinito. Y tener parte en este amor significa amar y darse hasta el sacrificio. Por esto, no se trata tanto de lo que hace­mos como del amor con que lo hacemos, con que nos entregamos. Por esto, la gente que no sabe ni dar ni recibir amor son, aunque tengan muchas riquezas, las personas más pobres de los pobres.

BEATA TERESA DE CALCUTA
Fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad (1910-1997).

sábado, 5 de marzo de 2016

Por la confianza y el amor


Madre querida, quisiera ahora deciros qué es lo que entiendo cuando digo olor de los perfumes del Amado. Puesto que Jesús subió al cielo, no le puedo seguir más que siguiendo las huellas que él ha dejado, pero, ¡qué luminosas son estas huellas, cuan perfumadas están! No tengo que hacer otra cosa que poner mis ojos en el santo evangelio, en seguida respiro los perfumes de la vida de Jesús y sé por dónde debo correr. No voy al primer lugar, sino que me lanzo al último; en lugar de adelantarme, como el fariseo, repito, llena de con­fianza, la humilde plegaria del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de María Magdalena; su mara­villosa, o mejor, su amorosa audacia, que hace las deli­cias del Corazón de Jesús, seduce al mío.
Sí, siento en mí que, aunque pesaran sobre mi con­ciencia todos los pecados que se pueden cometer, con el corazón roto por el arrepentimiento iría a refugiarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que regresa a él. No es porque el buen Dios, en su solícita misericordia, haya preservado a mi alma del pecado mortal, sino que me levanto hacia él por la confianza y el amor.

SANTA TERESA DEL NÍÑO JESÚS Carmelita descalza; es doctora de la Iglesia (1873-1897).