lunes, 10 de febrero de 2014

KA CONTINENCIA SEXUAL.




Se le atribuye a Buda el dicho: “el aguijón del instinto sexual es más agudo que el rejón que se emplea para domar elefantes salvajes, quema más que el fuego y posee un dardo que penetra hasta el alma”. Esto no nos sorprende, se trata del instinto de conservación del género humano. Los hombres, sin embargo, deben conservarse y multiplicarse de un modo humano, no a través de un instinto ciego, sino de una decisión libre y moral.
Por eso, toda persona está obligada a cierto grado de continencia sexual. Es un error fatal decir, por ejemplo, que en este tema a los casados se les está permitido todo. La moral trata de la castidad antes del matrimonio, en el matrimonio y en la viudez. Los pedagogos advierten que sin la pureza sexual nunca podremos formar personas de carácter. Nacemos  con una determinada inclinación sexual. El carácter es algo más, requiere la constancia. Esta viene por la firme voluntad. La incontinencia sexual debilita la voluntad, especialmente en la juventud. Las aplicaciones de la continencia sexual son numerosas en la vida práctica:
Capacidad para distinguir bien. Para consuelo de aquellos que a menudo se sienten turbados y luego invadidos de dudas, la Iglesia ha establecido firmemente que “la concupiscencia viene del pecado y empuja al pecado, pero en sí misma no es pecado”. No sentir tentaciones contra la castidad es un don especial de Dios. Incluso los perfectos las tienen.
Obediencia. El joven debe antes aprender a obedecer y a someter su propia voluntad y sólo después podrá mandar sobre sus propias pasiones. Por lo demás, esto es natural. A quien desobedece, le desobedecen sus inclinaciones porque la rebelión de los sentidos contra el espíritu es el castigo por la rebelión del espíritu contra Dios (San Agustín).
La custodia de los sentidos. Quien ve tentaciones en todo placer sensible exagera y hasta podría portar en sí las raíces de cierta perversidad. Toda la naturaleza y por tanto, también las formas del cuerpo humano son bellas: Para los castos, todo es casto (Tit 1, 15). Pero ¿Quién puede decir que es completamente casto? Sin duda es más seguro no creerse demasiado esto de uno mismo. San Efrén describe una experiencia que es generalizada: “Si no custodia tus ojos, tu castidad no será firme y constante. Cuando la tubería del acueducto se rompe, el agua se derrama alrededor. Cuando das plena libertad a tus ojos, estos se derraman  y la castidad se pierde”.  Algunas miradas son como las chispas: caen en la paja y sucede la desgracia.
La mortificación corporal. Las inclinaciones carnales se originan en el cuerpo. No se da una dependencia científicamente determinada, pero en general, se sabe que el cuerpo fuerte tiene también fuertes tendencias carnales. Esta “fuerza” no debe entenderse en el sentido de capacidad física, de estar dotado para el deporte, sino más bien en el sentido de lo que particularmente se llama desenfreno.
Las comidas abundantes, las bebidas alcohólicas, la falta de ejercicio físico y movimiento hacen que se acumulen en el cuerpo muchas energías que luego buscan un escape. Por eso, los ascetas recomiendan siempre el ayuno. “Mejor que sufra el estómago que no la mente” escribe San Jerónimo. La gente de hoy no se sujeta de buena gana a estas recomendaciones si no es el médico quien las prescribe.
Es una pena que se acepten estos principios higiénicos del médico solo en las enfermedades y no como prevención. Al menos practicamos una especie de mortificación corporal que es moderna y tiene un curioso nombre: el deporte.

Tomás SPIDLÍK.


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