viernes, 20 de febrero de 2015

EL DUELO.


 

Duelo viene de "dolus" que en latín significa dolor. Estar de duelo por tanto significa sentir dolor por una pérdida. Debe señalarse que cada cual tiene su propia manera de adaptarse a la ausencia de cada uno de sus seres queridos; esto es, de dar el paso de lo que le gustaría que fuese (que continuasen viviendo) a lo que es (que realmente ya no está vivo); y que no todos, no en todas las ocasiones, experimentan las mismas reacciones ante el fallecimiento de un familiar mayor. El duelo es una experiencia a la vez universal y única. Es además, una experiencia intransferible, pues podemos comprender el dolor de otro, pero no sentirlo con la misma intensidad. El duelo, incluso más que cualquier otro sentimiento, implica el encontrarse a solas con uno mismo.

Es importante que no se considere como anormal una gran cantidad de manifestaciones que son absolutamente adaptativas en el duelo, a saber ciertos sentimientos (tristeza, enfado, culpa, autorreproches, soledad...), ciertas sensaciones físicas (vacío en el estómago, opresión en el pecho o garganta, hipersensibilidad al ruido...), ciertos pensamientos (incredulidad, confusión, escuchar al difunto como si estuviera vivo o tener la sensación que se le oye pasear por la casa...), y ciertas conductas (trastornos del sueño o alimentarios, hiperactividad...).

Ahora bien, hay que advertir que si estas manifestaciones son extremadamente intensas, frecuentes y duraderas, son indicadoras de un duelo complicado o patológico. También entraríamos con un duelo complicado cuando todas estas sensaciones físicas, pensamientos y conductas, que resultan adaptativas tras la muerte, se presentan no en ese  momento, sino que se desencadenan ante un problema posterior.

Son cuatro las tareas a llevar a cabo cuando fallece un familiar mayor. Primero, aceptar la realidad de la pérdida; segundo, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida. Tercero, adaptarse a un medio en el que es fallecido está ausente. Cuarto, recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo, no se trata de olvidar, sino que el recuerdo no impida sentirse cómodo y volver a vivir la propia vida..

Hay que pasar de estar centrado en la muerte, en el morir a estar centrado en la vida, en el vivir (donde el fallecido, si viviera, le gustaría que se readapte), que cicatricen las heridas, aceptar intelectual y emocionalmente la pérdida, reconstruir la vida y su significado. No es un proceso fácil, pero tiene sentido vivir centrado en la vida.

 

Javier LÓPEZ MARTÍNEZ

 

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