martes, 18 de octubre de 2016

JOSÉ, PADRE DE JESÚS.

No hay duda de que José, que ha sido desposado con la madre del Salvador, fuera un hombre bueno y fiel, o más bien un servidor seguro y solicito al que el Señor estableció al cuidado de su familia para ser el consuelo de su madre, el padre nutricio de su huma­nidad, el cooperador fiel en su designio sobre el mun­do. De la casa de David, descendiente de estirpe real y noble por su nacimiento, pero más noble todavía por su corazón. Sí, él fue verdaderamente hijo de David, no sólo por la sangre, sino por su fe, por su santidad, por su fidelidad al servicio de Dios.

En José, el Señor encontró, como en David, un hom­bre según su corazón, a quien pudo confiar con toda seguridad el secreto más grande de su corazón. Le re­veló los secretos más profundos de su Sabiduría, le re­veló maravillas que ningún príncipe de este mundo ha conocido; por fin, le otorgó ver lo que tantos reyes y profetas desearon ver y no vieron, y oírlo que muchos desearon oír y no oyeron. Y no sólo verlo y oírlo, sino llevado en sus brazos, conducirlo de la mano, estrechar­lo contra su pecho, abrazarlo, alimentarlo y protegerlo.

San Bernardo

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