Al permitir que sus discípulos participen de ese encuentro íntimo de
él con el Padre, Jesús les va enseñando cómo, en la historia, la gloria de Dios
se va a manifestar por el ministerio de su pasión. Su abajamiento no le separa
del Padre ni rebaja su divinidad. En la transfiguración se manifiesta el amor
de su corazón, que allí irradia a toda su persona con esa especial claridad.
Jesús habla con Moisés y Elias. ¿De qué hablan? De su muerte, que iba a consumar en
Jerusalén. Señaló
Benedicto XVI:
«En su diálogo íntimo con el Padre, no sale de la historia, no huye de
la misión por la que ha venido al mundo... Más aún, Cristo entra más
profundamente en esta misión, adhiriéndose con todo su ser a la voluntad del
Padre, y nos muestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir
nuestra voluntad a la de Dios».
David AMADO FERNANDEZ.
David AMADO FERNANDEZ.