viernes, 9 de noviembre de 2012

SER SANTO.


La fiesta de Todos los Santos lleva a los adolescentes, y no adolescentes, a preguntarse: ¿Cómo se hace uno santo en el siglo  XXI? ¿Cuál es el camino? Espontáneamente deseamos ser santos. Pero la santidad es fruto del Espíritu, no el resultado de nuestro poder. Es el resultado involuntario de una intención voluntaria. San Pedro o la Virgen María han respondido “SI” a la llamada recibida, “sí” por ir hacia… con… pero no han querido ni buscado la santidad. Ha sido el resultado de su fidelidad.
También tenemos otra idea inconsciente que enlaza santidad y perfección. La santidad es un don, una gracia. No en función de nuestros méritos, sino de nuestra fe. Es ella que obra a través nosotros mismo. Es Dios el alfarero. Eso no impide que el joven, o el adulto, tenga necesidad de modelos para construirse como cristiano. Ellos se construyen a través de la imitación de figuras que le revelan lo que sienten en lo profundo. Esa identificación sólo es posible si puede reconocerse en la debilidad, los defectos y el amor por la vida de sus héroes. Darse cuenta de que Pedro duda y miente, que a Francisco de Asís le gustan los tejidos, por ejemplo, le permite comprender y admitirlos. Un personaje perfecto es inaccesible. La Biblia enseña una aspiración a la santidad, si sus actores no son dioses, sino personas que, no sin dificultad, han escogido vivir bajo la mirada del Más-Alto. Si la persona se siente en comunión con la desobediencia de David o el amor por el deporte de Juan-Pablo II, podrá seguirlos en su viaje interior.
Ser santo es una renuncia, se piensa a veces. No, es una conversión que obliga a escoger. La agresividad de S. Pablo se trasforma en valor, el gusto por la vida de Francisco de Asís le lleva al ascetismo. Cada uno tiene su carácter, su singularidad. El Espíritu le guía a su ritmo, le enseña qué ruta escoger. Si negamos nuestra personalidad, nos asemejamos al que enterró sus talentos y no puede dar nada al maestro que viene. La santidad nos pide un doble movimiento: desarrollar nuestra semilla interior y confiar en el Otro para que la haga fructificar.

Geneviève de TAISNE.

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