El paralítico del evangelio
tenía fe en Jesucristo. Lo prueba la manera en que fue presentado a Jesús: lo
bajaron abriendo el techo de la casa. Sabéis bien que los enfermos se
encuentran a menudo en un estado de abatimiento, a veces tan grande y de tal
mal humor que los buenos servicios que se les prestan, los encierran aún más en
su cama. Pero este paralítico está contento de que lo hayan sacado de su lecho
y hecho objeto de un espectáculo público atravesando plazas y calles en su
litera.
No tiene amor propio. La
muchedumbre rodea la casa en la que está el Salvador, todos los lugares para
entrar están cerrados, la puerta de entrada obstruida: ¡No importa! Lo harán
pasar por el techo y él se alegra. ¡El amor es sumamente hábil, la caridad es
ingeniosa! Él que busca halla; al que llama se le abre la puerta. Este enfermo
podía haber dicho a sus amigos que lo llevan: “Pero ¿Qué vais a hacer? ¿Por qué
tanto trabajo? ¿Por qué tanta prisa? Esperemos a que la casa este libre, a que
todos se hayan marchado”. Pero no, el paralítico no piensa nada semejante; es
un honor para él tener tantos testigos de su curación.
SAN JUAN CRISOSTOMO.
(349 – 407)
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