jueves, 24 de enero de 2013

UNA PERSONA, DOS NATURALEZAS.


Adherirnos a la fe no impide que nos preguntemos como puede ser Jesucristo al mismo Dios y hombre. La Encarnación es un misterio, pero siempre cabe profundizar en su contenido. Uno de los primeros que lo hizo fue San Pablo, que afirma que en Cristo” reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente”(Col 2, 9). En Él, lo divino late tras lo humano. Dios no se disfrazó de hombre; se hizo realmente hombre. Y lo seguirá siendo en el cielo por toda la eternidad, puesto que Cristo llevó consigo su corporeidad transfigurada hasta la vida eterna.
Conviene recalcar la importancia que reviste ese carácter permanente de la Encarnación. Al hacerse hombre, Dios irrumpe en nuestra historia. Por otra parte, desde la Ascensión de Jesús a los Cielos la condición humana ha quedado perpetuamente vinculada a la Divinidad, ya que su Humanidad, transfigurada pero no deshumanizada, se ha adentrado hasta lo más íntimo de la sempiterna Deidad. Por tanto, Dios no compartió nuestra historia solo hace veintiún siglos: la Encarnación sigue siendo plenamente actual. Aunque no veamos ahora a Jesús, podemos tratarle como contemporáneos suyos, con la misma familiaridad con la que trataron en la tierra sus primeros discípulos: como tratamos al hermano o al amigo más querido.

Michel ESPARZA


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