jueves, 6 de junio de 2013

EL PECADO ESTRUCTURAL.

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Es la condición del hombre histórico por la cual, de hecho, en las durezas de la vida, se restringe a sí mismo y, sin quererlo, se vuelve ávido, injusto, defensor del propio bien a toda costa. Evidentemente no es solo el fruto de la malicia individual, sino de la condición cultural en el sentido vasto de la palabra, social, del hombre histórico. Es el pecado inserto en los sistemas de vida, en la mentalidad, en las ideas recibidas: es un modo de ser y de vivir que la Escritura llama “mundo”, en sentido negativo, en el que más allá de las bellas palabras, prevalece el provecho, la necesidad de aventajar a los demás, de contraatacar, de polemizar primero para no dejarse someter. Esta realidad conflictual no la hemos escogido nosotros y podríamos pensar que nosotros no tenemos nada que ver con ella. Pero a la larga, nos damos cuenta de que no podemos rehuirla.
No pocas de las ideas que recibimos como obvias son fruto de esta mentalidad. Cuando analizamos la historia del pasado y nos maravillamos que se haya escogido tal o tal cosa, incluso en la historia de la Iglesia – como la tortura, la guerra, la esclavitud -  deberíamos comprender que aquella gente vivía según las ideas recibidas. Para ellos era prácticamente imposible sustraerse a una cierta mentalidad, que podía llevar a cometer ciertas injusticias. Forma parte del camino histórico del hombre el vivir sometido a la mentalidad del propio tiempo e escoger lo que tal vez dentro de un siglo o dos parezcan equivoco, pero que, hoy, instintivamente, hacemos.
Este pecado estructural, inserto en la vida social, económica y en la mentalidad, Pablo lo denuncia porque mientras lo denuncia, afirma que en lo más profundo del corazón del hombre hay una mentalidad opuesta: la apertura hacia Dios.
El hombre es más abierto a Dios que cerrado; pero históricamente el cierre a Dios es el que estalla y se manifiesta en determinadas circunstancias.
Carlo María MONTINI

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