domingo, 23 de marzo de 2014

LA MEDITACIÓN.


 

Hay dos diferentes visiones acerca del objetivo de la meditación

Algunas veces se subraya su naturaleza reflexiva y se la considera como un medio para formarse una idea de Dios, de la vida humana de su Hijo, de las verdades surnaturales, para formar convicciones, las cuales son la fuente principal de nuestra vida espiritual. En otra ocasiones se subordina la reflexión a la producción de afectos, y se tiende, sobre todo, a los actos que se han de hacer.

Podría decirse que el primer punto de vista la ve como una tarea de la cabeza, mientras el segundo la considera como una labor del corazón. Este contraste es demasiado violento. Aunque las reflexiones, teóricamente hablando, son distintas en absoluto de los afectos, en la práctica, sin embargo, no pueden separarse tan fácilmente.

Nadie puede poner en duda el valor de la reflexión sistemática para la formación de la vida espiritual, pero hay muchas almas que encuentran tal dificultad en perseverar en ella que corren el peligro de abandonar el ejercicio sin sustituirlo  por otro. Para disminuir ese peligro hacemos hincapié en el aspecto afectivo de la oración mental e  insistimos al mismo tiempo en la importancia de la lectura espiritual. Estas dos recomendaciones se han de tomar en conjunto; ambas son partes indispensables de un plan único que consiste en combatir la tendencia a la concentración. Además, insistimos en que la meditación, en el sentido de un pensamiento informal y frecuentemente espontáneo acerca de asuntos espirituales, durante el curso del día, no se ha de abandonar nunca. Y en segundo lugar, que el alma ha de estar siempre dispuesta a utilizar consideraciones formales, siempre y cuando cese de haber facilidad para la formación de actos.

La oración mental y la lectura espiritual (o sus equivalentes) son, normalmente, esenciales para una vida espiritual saludable. La lectura espiritual y la consiguiente reflexión informal a la cual conduce, sirven para la formación de aquellas ideas y convicciones que se intentan con la meditación sistemática.

Puede venir un momento en que ni la consideración, ni los afectos son posibles en la oración, y la aridez y las distracciones son tales que sentimos la necesidad de una ayuda. Santa Teresa se encontró incapaz de orar sin un libro durante más de catorce años. Sin embargo han de tener cuidado en no pasarse todo el tiempo de la oración en mera lectura, sino que han de hacer frecuentes pausas, bien para intentar producir algunos afectos, con palabras o sin ellas, bien para permitir el desarrollo de algún afecto que se haya podido producir por la lectura. Aunque no se haga más que una pausa para murmurar solamente el nombre de Jesucristo o el de su Santísima Madre, podemos estar muy satisfechos con esos intentos de oración.

 

Eugène BOYLAN

Dificultades en la oración mental.

 

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