domingo, 6 de abril de 2014

LA CRUZ.


 
Quizá se pueda entender algo del amor de Dios a través del amor materno, porque el amor de una madre no es solo caricias y besos; es, sobre todo, sacrificio. De la misma manera, a Jesús el amor lo llevó a la cruz, cosa que muchos consideran una locura. Pero sólo esa locura salvó a la humanidad y ha forjado santos. En efecto, los santos son hombres capaces de comprender la cruz. Hombres que siguiendo a Jesús, el Hombre-Dios, han tomado la cruz de cada día como lo más preciosos de la tierra; la han esgrimido a veces como un arma y se han hecho soldados pacíficos de Dios, la han amado toda su vida y han conocido y experimentado que la cruz es la llave, la única llave que abre un tesoro,   el tesoro. Abre poco a poco las almas a la comunión con Dios.

La cruz es, en resumen, el instrumento necesario por medio del cual penetra lo divino en lo humano y el hombre participa con más plenitud en la vida de Dios, elevándose desde el reino de este mundo al reino de los cielos. Pero es   preciso tomar la cruz, despertarse por la mañana esperándola, sabiendo que solo por medio de ella nos llegan esos dones que el mundo no conoce; esa paz, ese gozo y ese conocimiento de las cosas divinas que se le escapa a la mayoría, la cruz… algo tan común. Tan fiel que no falta ningún día a la cita. Bastaría cogerla para hacernos santos. La cruz, emblema del cristiano, que el mundo no quiere porque cree que, huyendo de ella, huye del dolor y no sabe que ella abre de par en par el alma de quien la ha comprendido, al reino de la luz y del amor, de ese amor que el mundo tanto busca pero que no tiene.

 

Chiara LUBICH

 

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