domingo, 20 de julio de 2014

TRASLADAR EL FRUTO.


 

Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero hagámoslo a costa de nuestros brazos, con el sudor de nuestro rostro. Pues muy a menudo tantos actos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia y otras acepciones parecidas y prácticas interiores de un corazón tierno, aunque muy buenas y deseables, son, sin embargo, muy sospechosas cuando no contemplan  en absoluto la práctica del amor efectivo. En esto dice nuestro Señor: La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto.

Hay algunos que, por estar llenos de grandes sentimientos hacia Dios, se deleitan en ello; pero cuando reparan en lo que les rodea y encuentran ocasión de actuar, no les aprovechan esos sentimientos. Se jactan de su imaginación calenturienta, se contentan con los dulces encuentros que tienen con Dios en la oración, hablan con Él incluso como ángeles; pero al salir de la oración, llega el momento de trabajar para Dios, de sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar a la oveja perdida, de amar al pobre, de aceptar las enfermedades o alguna desgracia. No, no nos confundamos: toda nuestra tarea entonces consiste en pasar a la acción.

 

San VICENTE DE PAUL.

(1582  -  1660)

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