viernes, 26 de septiembre de 2014

LA CRUZ.


 
La cruz en sí misma era un instrumento de ejecución especialmente cruel que buscaba acrecentar el dolor del condenado y humillarle. En el Imperio romano se la consideraba como la forma más vergonzosa de ejecución. No es extraño que en los inicios de la predicación apostólica, como relata san Pablo, muchos se resistieran a creer en Jesucristo por cómo había muerto.

Hoy descubrimos la cruz de otra manera, porque en ella se nos revela el amor que Cristo nos tiene y que le ha llevado a entregar su vida por nosotros. No es fácil entrar en este misterio y, si podemos llegar a amarla, es porque contemplamos al Crucificado: entonces la descubrimos como instrumento de salvación.

Los judíos, en el desierto  vieron prefigurado el misterio de la cruz. Quienes había sido mordido por las serpientes (el pecado) podían curarse mirando a la serpiente de bronce que Moisés colocó en el estandarte. No podían librarse del veneno, pero Dios, sí que podía  liberarlos con mirar la serpiente elevada, con fe y descubriendo la misericordia de Dios.

La cruz, por tanto, nos habla de cómo nos ama Dios, de hasta dónde llega su amor, de todo lo que ha estado dispuesto a hacer por nuestra salvación, y sigue haciendo renovándolo en el sacrificio de la Misa.

 

David AMADO FERNÁNDEZ

 

 

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