viernes, 26 de agosto de 2016

CRISTO Y ADÁN.

Adán después del pecado sintió vergüenza, se ve desnudo, siente el peso de lo que ha hecho; y, sin embargo, Dios no lo abandona: si en ese momento, con el pecado, inicia nuestro exilio de Dios, hay ya una promesa de vuelta, la posibilidad de volver a él. Dios pregunta: Adán, ¿dónde estás?, lo busca. Jesús quedó desnudo por nosotros, cargó con la vergüenza de Adán, con la desnudez de su pecado, para lavar nuestro pecado: Sus llagas nos han curado. Acordaos de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia él para recibir su perdón.
En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: «Señor, estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre». Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado. Dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia, que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.
Papa FRANCISCO ,

No hay comentarios:

Publicar un comentario