martes, 2 de agosto de 2016

LA RESURRECCIÓN.


Prestemos atención, carísimos, a cómo el Señor no cesa de mostrarnos la resurrección futura de la que nos ha dado las primicias resucitando a nuestro Señor Jesucristo. Consideremos las resurrecciones que se rea­lizan periódicamente. El día y la noche nos presentan una resurrección. La noche cae, el día se levanta. El día desaparece y llega la noche. Miremos los frutos: cómo se forman las semillas. El que siembra sale a sembrar, echa las diferentes semillas en la tierra. Éstas caen, secas y desnudas, sobre la tierra y se desintegran. Luego, a partir de esta descomposición, la magnífica providen­cia del Maestro las hace resurgir y un solo grano se multiplica y da fruto. ¿Nos extrañaremos, pues, de que el Creador del universo haga revivir a aquellos que le han servido fielmente y con la confianza de una fe perfecta?

En esta esperanza, unámonos a aquel que es fiel, y cuyas promesas son verdad y justos sus juicios. El que nos manda no mentir no puede mentir. Para Dios nada es imposible, salvo mentir. Reanimemos, pues, nuestra fe en él y consideremos que todo esto le es posible. De una palabra de su boca ha formado el universo y con una palabra suya lo puede aniquilar. Hace todo lo que quiere. Nada de lo que ha decidido perecerá jamás. Todo está delante de él y nada se escapa a su providencia.


San Clemente Romano

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