martes, 10 de enero de 2017

DE JUAN BAUTISTA A JESÚS.

Juan, al enviar a sus discípulos a Jesús, se preocupó de la ignorancia de estos, no de la suya propia, porque él mismo había proclamado que alguno vendría para la remisión de los pecados. Pero para hacerles saber que no había proclamado a ningún otro que Jesús, envió a sus discípulos a que vieran sus obras a fin de que ellas dieran autoridad a su anuncio y que no esperaran a ningún otro Cristo fuera de aquel que sus mismas obras habían dado testimonio de él.

Y puesto que el Señor se había revelado enteramente a través de sus acciones milagrosas, dando la vista a los ciegos, el andar a los cojos, la curación a los leprosos, el oído a los sordos, la vida a los muertos, la instrucción a los pobres, dijo: Dichoso el que no se sienta defrau­dado por mí.
¿Acaso Cristo había ya hecho algún acto que pudiera escandalizar a Juan? Por supuesto que no. En efecto, se mantenía en su propia línea de ense­ñanza y de acción. Pero es preciso estudiar el alcance y el carácter específico de lo que dice el Señor: la Buena Nueva es recibida por los pobres. Se trata de los que habrán perdido su vida, que habrán tomado su cruz y le habrán seguido, que llegarán a ser humildes de corazón y para los cuales está preparado el reino de los cielos. Y porque el conjunto de sus sufrimientos iba a converger en los del Señor y su cruz iba a ser un escán­dalo para un gran número de ellos, declaró dichoso a aquellos cuya fe no sucumbiría a ninguna tentación a causa de su cruz, su muerte, su sepultura.

San Hilario

Nació en Poitiers, ciudad de la que fue obispo. Por luchar contra la herejía arriana sufrió el destierro;

es doctor de la Iglesia (t 367).


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