viernes, 27 de enero de 2017

TESTIGO DE DIOS.



Toda criatura existe para dar testimonio de Dios, puesto que toda criatura es como una prueba de su bondad. La grandeza de la creación da testimonio, a su manera, de la fuerza y el poder omnipotente de Dios, y su belleza da testimonio de la divina sabiduría. Ciertos hombres reciben de Dios una misión especial: dan testimonio de Dios no tan solo desde el punto de vista natural, por el hecho de existir, sino más bien de manera espiritual, a través de sus buenas obras. Sin embargo, los que no se contentan con solo recibir los dones divinos y actuar de manera conforme a la gra­cia de Dios, sino que comunican sus dones a otros a través de la palabra, dándoles ánimos y exhortándo­los, estos son, de manera aún más especial, testigos de Dios. Juan es uno de estos testigos; vino a difundir los dones de Dios y anunciar sus alabanzas.

Esta misión de Juan, su papel de testigo, es de una grandeza incomparable porque nadie puede dar testi­monio de una realidad más que en la medida en que participa de ella. Jesús dijo: Hablamos de lo que sabe­mos y damos testimonio de lo que hemos visto. Ser testigo de la verdad divina supone conocer esta ver­dad. Por eso, Cristo tuvo también este papel de testigo: Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Pero Cristo y Juan tenían papeles diferentes. Cristo poseía esta luz en sí mismo; más aún, él era esta luz; mientras que Juan tan solo participaba de ella. Cristo dio un testimonio completo porque manifestó perfectamente la verdad. Juan y los demás santos no lo hacen sino en la medida en que reciben esta verdad.

Misión sublime la de Juan: implica su participación en la luz de Dios y su semejanza con Cristo que tam­bién llevó a cabo esta misión.

Santo Tomás de Aquino

Dominico italiano, se le considera guía principal del pensamiento católico en filosofía y teología. Es doctor de la Iglesia (1225-1274).


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