martes, 21 de febrero de 2017

LA ORAC IÓN DE CONTEMPLACI ÓN.


La oración une al alma con Dios. Aunque nuestra alma sea siempre semejante a Dios por su naturaleza, restaurada por la gracia, de hecho a menudo se distan­cia de su semejanza a consecuencia del pecado. La ora­ción nos muestra que el alma debe querer lo que Dios quiere; reconforta la conciencia; la hace apta para recibir la gracia. Dios nos enseña así a rogar con una confianza firme de que recibiremos aquello por lo que rezamos; porque nos mira con amor y quiere asociarnos con su voluntad y con su acción benéficas. Nos incita pues a rezar por lo que le agrada; Parece decimos: «¿Qué es lo que podría gustarme más que veros rezar con fer­vor, sabiduría e insistencia con el fin de cumplir mis deseos?». Por la oración pues, el alma se une con Dios.

Pero cuando por su gracia y su cortesía, nuestro Señor se revela a nuestra alma, entonces obtenemos lo que deseamos. En este momento, no vemos otra cosa que debamos pedir. Todo nuestro deseo, toda nuestra fuerza están totalmente fijos en él para contemplarlo. Es una oración elevada, imposible de sondear, me parece. Todo el objeto de nuestra oración es estar unido, por la visión y por la contemplación, a aquel al que rogamos, con una alegría maravillosa y un temor respetuoso, con una dul­zura y deleite tal que no podemos rogar más, en estos momentos, que por donde él nos conduce.

Lo sé, cuanto más Dios se revela al alma, más tiene sed de él, por su gracia. Pero cuando no lo vemos, entonces sentimos la necesidad y la urgencia de rogar a Jesús, a causa de nuestra debilidad y de nuestra incapacidad.

Juliana de Norwich

Mística inglesa venerada por católicos, anglicanos y luteranos (1342-después de 1416).

 

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