martes, 11 de julio de 2017

EL SILENCIO INTERIOR.


Para los que quieren captar las ondas sobrenatu­rales del Espíritu Santo, hay una regla, una exigen­cia que se impone de modo ordinario: la vida interior. Dentro del alma es donde uno se encuentra con este huésped indecible: «dulce huésped del alma», dice el maravilloso himno litúrgico de Pentecostés. El hom­bre se hace templo del Espíritu Santo, nos repite san Pablo. El hombre de hoy, y también el cristiano muy a menudo, incluso los que están consagrados a Dios, tienden a secularizarse. Pero no podrá, jamás deberá olvidar esta exigencia fundamental de la vida interior si quiere que su vida sea cristiana y esté animada por el Espíritu Santo. El silencio interior es necesario para oír la palabra de Dios, para sentir su presencia, para oír la llamada de Dios.

Hoy nuestro espíritu está demasiado volcado hacia el exterior; no sabemos meditar, no sabemos orar; no sabemos acallar todo el ruido que hacen en nosotros los intereses exteriores, las imágenes, los humores. No hay en el corazón un espacio tranquilo y consagrado para recibir el fuego de Pentecostés... La conclusión es clara: hay que darle a la vida interior un sitio en el pro­grama de nuestra ajetreada vida; un sitio privilegiado, silencioso y puro; debemos encontrarnos a nosotros mismos para que pueda vivir en nosotros el Espíritu vivificante y santificante.

Beato Pablo VI

Papa desde 1963 a 1978, llevó a término el Concilio Vaticano II.

No hay comentarios:

Publicar un comentario