martes, 24 de octubre de 2017

CRISTO, MÉDICO.


La suegra de Simón estaba acostada; tenía fiebre. Que Cristo pueda venir a nuestra casa, entrar y curar con una sola palabra la fiebre de nuestros pecados. Cada uno de nosotros tiene fiebre. Cada vez que nos enco­lerizamos, tenemos fiebre; todos nuestros defectos son otras tantas subidas de fiebre. Pidamos a los apóstoles que oren a Jesús para que venga a nosotros y nos coja de la mano; porque en cuanto él toque nuestra mano, la fiebre desaparecerá.

El jefe de los médicos es un médico eminente y serio. Moisés es médico, Isaías y todos los santos son médi­cos; pero Jesús es el jefe de todos los médicos. Sabe perfectamente tomar el pulso y sondear los secretos de las enfermedades. No toca ni la frente, ni la oreja, ni ninguna otra parte del cuerpo, pero coge la mano... Cuando nuestra mano da a conocer los síntomas de nuestras malas acciones, no nos podemos levantar, somos incapaces de caminar, porque estamos real­mente enfermos. Pero este médico misericordioso se acerca a la cama; él, que llevó sobre sus hombros a la oveja enferma, se acerca ahora a nuestro lecho.

San Jerónimo
Asceta y doctor de la Iglesia de origen dálmata que sirvió como secretario del Papa. Retirado en Belén, tradujo y comentó la Biblia (Ca. 340-420

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