martes, 10 de octubre de 2017

LAS DIFILCULDADES PARA ORAR.


A veces, Señor, te siento pasar, pero no te detienes en mí, pasas de largo, y yo te grito como la cananea. ¿Me atreveré a acercarme a ti? Seguro que sí: los perritos echados fuera de la casa de su amo siempre vuelven a ella, y cuidando guardar la casa, reciben cada día su ración de pan. Sigo aquí echado, frente a la puerta, y te llamo; maltrecho, suplico. Así como los perritos no pueden vivir lejos de los hombres, ¡mi alma no puede vivir lejos de mi Dios!
Ábreme, Señor. Haz que llegue hasta ti para ser inun­dado por tu luz. Tú, que habitas en los cielos, te has escondido en las tinieblas, en la oscura nube. Como dice el profeta: Te cubriste de nube para que no pasara nuestra oración.
Me corrompo en la tierra, el cora­zón como en un lodazal. Tus estrellas no brillan para mí, el sol se ha oscurecido, la luna ya no emite su luz. Oigo cantar tus hazañas en lo salmos, los himnos y los cánticos espirituales; en el evangelio, tus palabras y tus gestos resplandecen como la luz; los ejemplos de tus siervos, las amenazas y las promesas de tus Escrituras se imponen ante mis ojos y vienen a golpear la sor­dera de mis oídos. Pero mi espíritu se ha endurecido. Señor, ¿cuánto tardarás en romper tus cielos, en des­cender para venir a socorrer mi torpeza? Haz que me convierta y que, por lo menos, venga al atardecer como un perrito hambriento.
Guillermo de Saint-Thierry
Abad cisterciense en Saint-Thierry (Francia) y gran maestro espiritual (Ca. 1085-1148).

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