viernes, 24 de noviembre de 2017

EL AMOR Y EL ODIO.


Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único. Este Hijo único se entregó a sí mismo no porque haya prevalecido la voluntad de sus enemigos, sino porque él mismo quiso. Amó a los suyos, y los amó hasta el fin. El fin es la muerte aceptada por los que ama; este es el fin de toda perfección, el fin del amor perfecto, porque nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Este amor de Cristo ha sido, en su muerte, más pode­roso que el odio de sus enemigos; el odio tan solo pudo hacer lo que el amor le permitió. Judas, o los enemigos de Cristo, lo entregaron a la muerte por un malvado odio. El Padre entregó a su Hijo y el Hijo se entregó a sí mismo por amor. Sin embargo, el amor no es el culpable de la traición; es inocente incluso cuando Cristo muere por amor. Porque tan solo el amor puede hacer impunemente lo que le parece bien. Tan solo el amor puede constreñir a Dios y, por decirlo de alguna manera, mandar sobre él. Es el amor lo que le ha hecho descender del cielo y ponerlo en la cruz, es el amor el que ha hecho derramar la sangre de Cristo por la remisión de los pecados en un acto tan inocente como saludable. Nuestra acción de gracias por la salvación del mundo se debe, pues, al amor. Y es él mismo el que nos impele, por una lógica que constriñe, a amar a Cristo tanto como se le haya podido odiar.


San Balduino de Ford Abad
 cisterríense (t Ca. 1190).

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