miércoles, 18 de septiembre de 2013

LA COMPASIÓN.


No intentes distinguir al que es digno del que no lo es. Que todos  los hombres sean iguales ante tus ojos para amarlos y servirlos. Que la compasión venza siempre en tu balanza hasta el momento en que sientas en ti la compasión que Dios siente hacia el mundo. ¿Cuándo reconoce el hombre que su corazón ha alcanzado la pureza? Cuando considera buenos a todos los hombres sin que ninguno la parezca impuro o manchado. Verdaderamente es entonces cuando es puro de corazón.
Y ¿Qué es la pureza? En pocas palabras: es la compasión del corazón hacia el universo entero. Y ¿Qué es la compasión del corazón?  Es la llama que arde por toda la creación, por todos los hombres, por todos los animales, por todos los demonios, por todo ser creado. Cuando piensa en ellos o cuando los mira, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas por una profunda e intensa piedad que le oprime el corazón y que le hace incapaz de tolerar, de oír, de ver el más mínimo error o la menor aflicción soportada por una criatura. Por eso, la oración acompañada de lágrimas se extiende a todas horas tanto hacia los seres desprovistos de palabra, como sobre los enemigos de la verdad, o sobre los que le perjudican, para que todos ellos sean guardados y purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón del hombre a semejanza del de Dios.

S. ISAAC DE SIRIA.

(640 – 700) 

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