domingo, 8 de septiembre de 2013

NIUNGÚN PECADO ES UNA ISLA.


 

Todo pecado es personal. En algún lugar alguien comete este o aquel pecado concreto, tanto si es mortal como si es venial. Pero ningún pecado es una isla. Los pecados engendran otros pecados, no solo en el pecador, sino también en los demás. Cuando pecamos, cambiamos el ambiente moral, quizá imperceptiblemente al principio, pero nuestras faltas ruedan con las pequeñas faltas de muchas otras personas creando una especie de efecto bola de nieve moral. El pecado pequeño de una persona puede dar permiso tácito para pecados ligeramente más serios de un testigo, y este proceso de igual degradación continúa… hasta que alguien decide el momento de dar marcha atrás.

Todo pecado tiene una dimensión social. Además tenemos una responsabilidad en los pecados de los demás cuando cooperamos con ellos:

-          participando directa y voluntariamente:

-          ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos (incluso sonriendo)

-          no revelándolos, ni impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo.

-          Protegiendo a los que hacen el mal.

San Ambrosio escribió: “Tendremos que dar cuenta de cada palabra ociosa, pero también de cada silencio ocioso.”

Los pecados que confesamos son personales y reales. Los míos son míos. Los tuyos son tuyos. Cada uno es responsable de ellos. Pero no solo hay pecados que nos afectan y debilitan. Como vivimos en sociedad, como vivimos en familia, no podemos evitar la influencia de los pecados de los otros. Aunque cada pecado tiene exactamente un padre, todos tienen una genealogía común. En cierto sentido, todos descienden del pecado original.

 

Scott HAHN

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