jueves, 17 de octubre de 2013

JOSE, LA FE DEL PADRE.




De él sabemos más bien poco. Solo lo esencial: ha sido el padre adoptivo de Jesús. Comprendió la grandeza de los designios de Dios por ese niño que esperaba María, su prometida. Cogió a María por esposa y aceptó ser padre del Mesía. Sencillamente.
De él, no se sabe casi nada, y sin embargo, José es el que, aparte de María,  ha permitido que todo se posibilite y tome forma. Por él se cumplieron las Escrituras que querían que el Mesías sea de la estirpe de David. Es bajo la mirada de un José silencioso que madura la palabra de vida y de luz de Cristo. Es porque él asume plenamente su misión y su responsabilidad de padre  adoptivo, porque está vigilante, se compromete y escoge amar a Jesús como su hijo, que hace la voluntad de Dios. Y, dócil y feliz por servir a su Dios cumpliendo con su papel lo mejor que sabe y puede, él nos indica el camino que no es otro más que el de la santidad.
¿Cómo no vamos a asociar san José a ese mes de cierre del Año de la Fe, iniciado por Benedicto XVI hace un año? Después del “SI” de María, José ha sido el primero en cumplir este acto de fe magnífico. Ha escogido confiar. Treinta años antes de la entrada en la vida pública de Jesús, su padre ha aceptado resueltamente dejarse conducir por ese ser desvalido nacido en paja. En la tierra como en el cielo.
No se sabe cuando murió José. Se piensa que murió antes de la manifestación pública de Jesús. Gusta pensar en esos años pasados con María y Jesús. Las noches cortas de los primeros meses, los primeros pasos agarrados a su mano, las primeras herramientas para aprender el oficio, los primeros éxitos, los amigos, los enfados, las risas locas, las comidas juntos, la oración en casa y en la sinagoga, las fiestas religiosas juntos…
José, el Fiel, el Justo, el Silencioso, el Instrumento de Dios, es el mayor santo de todos los tiempos, después de María. Y, es esa sencillez, fruto de su confianza y abandono, el sentido de la responsabilidad y el compromiso al servicio del otro, la perseverancia y la humildad, que deben ayudarnos a crecer. Por lo menos, podemos empezar a poner nuestros pasos en los de José. José no está nunca lejos de Jesús y María.


Jean-Baptiste DE FOMBELLE

No hay comentarios:

Publicar un comentario