jueves, 10 de octubre de 2013

NUESTRA COMPLICIDAD REFUERZA EL MAL.



Tenemos que aprender a detectar el mal especialmente en el terreno de la palabra.
Cuando nos fijamos demasiado en lo que no marcha bien, cuando lo convertimos en el tema preferido de nuestras conversaciones, cuando nos quejamos de los problemas, nuestros o de la sociedad, acabamos proporcionando  al mal más consistencia de la que en realidad posee. A veces nuestra manera de deplorar el mal solo logra reforzarlo. He oído decir a alguien “No me voy a pasar la vida denunciando al pecado: sería hacerle demasiado honor. Prefiero alentar el bien antes que condenar el mal.” Creo que se equivoca. No se trata de condenar al que hace el mal, sino al mal mismo. La postura que recomendamos no es la del avestruz que se niega a ver la realidad, ni la de impedir que se actué, sino ese optimismo propio de la caridad y del amor desinteresado que permite movilizar todas nuestras energía hacia el bien. Tenemos que volver a leer Pablo en:   
1 Co 13, 5-7.
Es grave la perversa satisfacción que se apodera de nosotros al detectar y poner en evidencia el mal con el propósito de justificar nuestros rencores y amarguras; lo cual representa una cómoda manera de descargarlos sobre cuántos nos rodean, cuando en realidad su origen se encuentra en el vacío espiritual que anida en el hombre y en la insatisfacción que genera. ¿Será tan grande el vacío interior que tienen que fabricar enemigos para existir?

Jacques PHILIPPE

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