domingo, 13 de octubre de 2013

LA AMISTAD.


Amad a todo el mundo con un amor grande de caridad, pero no tengáis trato de amistad más que con los que podéis intercambiar cosas buenas. Si intercambiáis en el terreno del conocimiento, ciertamente que vuestra amistad es laudable; más aún si compartís con ellos en el terreno de la prudencia, de la discreción, de la fuerza y de la justicia. Pero si vuestra relación está fundada sobre la caridad, la devoción y la perfección cristiana, ¡Dios mío, Qué preciosa será vuestra amistad! Será excelente porque viene de Dios, excelente porque tiende a Dios, excelente porque Dios es su lazo de unión, porque durará eternamente en Dios. ¡Qué bueno es amar sobre la tierra como se ama en el cielo, aprender a amarse en este mundo como se ama en el cielo, aprender a amarse en este mundo tal como lo haremos eternamente en el otro!

Yo no hablo aquí del simple amor de caridad, porque éste se debe a todos los hombres; hablo de la amistad espiritual mediante la cual dos o tres, o muchos, comulgan en la vida espiritual y se hacen un solo espíritu entre ellos. Con todo derecho, estas almas dichosas pueden cantar: ¡Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos! Me parece que todas las demás amistades no son otra cosa que la sombra de ésta. Para los cristianos que viven en el mundo es necesario que se ayuden unos a otros con santas amistades; mediante ellas, se ayudan, se sostienen, se acompañan mutuamente hacia el bien. Nadie podrá negar que nuestro Señor haya amado con una amistad del todo dulce y del todo especial a san Juan, a Lázaro, a Marta y a Magdalena, porque la Escritura da testimonio de ello.

 

S. FRANCISCO DE SALES.

(1567 – 1622).

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