Algunas personas opinan: “Bueno, como los católicos dicen sus pecados
al confesar, pueden seguir cometiendo pecados siempre que quieran”. El
arrepentimiento no es asunto exclusivamente católico; es lo mismo en cualquier
religión que haga hincapié en él. El arrepentimiento tiene que ser auténtico, así
como el firme propósito de enmienda. Lo cierto es que, a menos que el pecador
esté realmente arrepentido, el sacramento no confiere en absoluto la absolución
y los pecados no son perdonados. Y aún más, el pecador ha añadido el pecado de
sacrilegio.
Cada vez que acudimos al sacramento de la penitencia, debemos confesar
todos y cada uno de los pecados mortales cometidos desde nuestra última
confesión. Si ocultamos alguno de ellos, nuestra confesión no es válida. Un
sacramento es un juramento ante Dios, semejante silencio representa un
perjurio.
En la confesión no estamos diciendo a Dios algo que Él no conozca
ya. Conocía el pecado de Adán cuando le invitó a confesarlo. Conocía el de Caín
también. Desea que nos confesemos, no por su bien, sino por el nuestro, porque
sabe que la confesión es un paso importante en nuestro proceso de curación
hacia la santidad.
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