jueves, 26 de junio de 2014

UNA LUCHA DE AMOR.


 

El encuentro con Dios, ese “hacerle caso”, supone esfuerzo diario, lucha por progresar. No es como quien está en posición de algo, sino como el caminante que intenta llegar a su destino: no puede pararse. San Pablo lo llama un combate. Pero estamos ante un combate muy singular.

En este mundo, cuando peleas, lo haces contra algún enemigo; para defender lo propio: tu vida, tus derechos, tus proyectos… en el caso del combate espiritual, por contraste, tu pelea es a favor del Otro – que es Dios – y en contra de ti mismo: de tus defectos, de las personales inclinaciones desviadas, a veces incluso de legitimas aspiraciones, si Él te pidiera otra cosa.

Un combate así tiene muy pocas probabilidades de éxito. Combatir a favor del enemigo, por una decisión heroica de la voluntad, podrá resistir muy pocas escaramuzas. Y, sin embargo, el combate a que te invito es para toda la vida; y, por si fuera poco, debe ser optimista y alegre. ¿Cuál es el secreto?

Desde siempre la catequesis cristiana ha enseñado que el secreto es el Amor. Amar a Dios hace posible ese milagro paradójico. Un amor que manifieste lo que el Señor nos pide a ti y a mí, en su mandamiento primero: AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, CON TODA TU ALMA, CON TODA TU MENTE. Este amor a Dios incita a desear ardientemente darle gloria y hacer su voluntad, antes que satisfacer nuestros gustos e intereses.

También en la vida humana, a su medida, el amor hace posible sacrificarse generosamente por los demás (hijos, padres, cónyuge, caritas…) sin dar importancia a las renuncias que comporta. Incluso sin buscar recompensa o agradecimientos.

 

Manuel ORDEIG CORSINI.

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