miércoles, 24 de diciembre de 2014

BIENAVENTURADOS LOS QUE AMAN AL SEÑOR.

 

Cristo hace presente al Padre entre los hombres. Es altamente significativo que estos hombres sean en primer lugar, los pobres, carentes de medios de subsistencia, los privados de libertad, los ciegos que no ven la belleza de la creación, los que viven en aflicción, y finalmente los pecadores. Con relación especialmente, Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios que es amor; se hace signo del Padre. Es significativo que, cuando los mensajeros enviados por Juan Bautista llegaron donde estaba Jesús para preguntarle:  ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Él recordando el mismo testimonio con que había inaugurado sus enseñanzas en Nazaret, haya respondido: Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y bienaventurados quien no se escandaliza de mí.

Jesús sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado como en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con toda la condición humana histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral. Cabalmente el modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamada "misericordia" en el lenguaje bíblico. Cristo, pues, revela a Dios como Padre, como Amor, como dirá san Juan en su primera Carta; revela a Dios, rico de misericordia, como leemos en los salmos y en san Pablo.

 

San JUAN PABLO II

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