domingo, 28 de diciembre de 2014

LA COMUNICACIÓN.

 
Cuando uno sufre, desea o permanecer en silencio, o hablar con alguien. El sufrimiento nos hace comprender lo esencial que es la comunicación. Sin comunicación no podemos tener relación auténtica con nadie. Sin comunicación el otro no existe para mí, ni yo para el otro. Una persona que sufre desea existir para otra gente.
No hay neutralidad posible a la hora de comunicarse: si yo tengo un vínculo con alguien, cada uno de nosotros significa algo para el otro. Si la neutralidad se apodera de la comunicación personal, ésta pronto llega a su fin. Cuando sufrimos, sabemos lo difícil que es entrar en contacto con la persona que no se interesa por nosotros, su indiferencia mata cualquier posibilidad de comunicación y de relación. Sentimos entonces que no existimos para ellos; y no es lo que más nos importa o apena.
No puede reducirse la comunicación a las palabras. A menudo pensamos que ésta tiene lugar con frases y sentencias. Pero también pueden tocarnos en lo más hondo otras muchas cosas: una carta, un apretón de manos en silencio, un puño cerrado. Un regalo, dado o recibido, significa mucho, también una caricia, un signo de ternura. Comunicarse encierra siempre cierta carga afectiva entre las personas implicadas. Esto es verdad incluso cuando no es muy explicito. Dos extraños en un ascensor se comunican realmente. Dos empresarios que negocian con su típica frialdad no dejan de poner en juego sus propios intereses en el contrato
. Esta carga afectiva es aun más palpable en la comunicación que entabla una persona que sufre.
 
Pierre WOLFF
¿Puedo yo odiar a Dios?
 

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