viernes, 13 de mayo de 2016

LA GLORÍA DE CRISTO.


En el evangelio Jesús nos habla de su glorifica­ción. Nos encontramos en la Última Cena y Jesús se refiere a su muerte y resurrección. Habla de sí mismo como el Hijo del hombre, porque verdaderamente morirá en la cruz reconciliándonos con Dios, y con la resurrección, su cuerpo será glorificado y subirá con él para siempre junto al Padre. La glorificación de Jesucristo supone el comienzo de algo totalmente nuevo. El libro del Apocalipsis nos habla de un cielo nuevo y una tierra nueva y de la nueva Jerusalén, que es la morada de Dios con los hombres. La fe en la resurrec­ción de Cristo nos lleva a mirar con esperanza el momento en que ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor.

Pero esa novedad no se refiere sólo al futuro, sino que ya impregna nuestra vida. Así, Jesús deja a sus apóstoles un «mandamiento nuevo». La novedad se manifiesta en nues­tra vida a través del mandamiento del amor. Como decía san Agustín, todo el mundo puede hacer la señal de la cruz, responder amén, hacerse bautizar e incluso construir basíli­cas, pero lo que distingue a los hijos de Dios es la caridad. Y Bossuet predicaba con fuerza: «Quien renuncia a la caridad fraterna renuncia a la fe, abjura del cristianismo, se aparta de la escuela de Jesucristo, es decir, de su Iglesia». Así que hemos de considerar la novedad de este mandamiento en toda su radicalidad y pedirle al Señor que nos haga redes­cubrirlo y nos dé la fuerza para cumplirlo.

David AMADO FERNÁNDEZ

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