martes, 24 de mayo de 2016

NUESTRA ALEGRIA.


Dios ama al que da con alegría, dice san Pablo. El mejor medio para manifestar nuestro agradecimiento a Dios y a los demás es aceptarlo todo con alegría. Un corazón alegre es el resultado lógico de un corazón ardiente de amor. Los pobres se sentían atraídos por Jesús porque en él habitaba algo mayor que él, irra­diaba esta fuerza a través de sus ojos, sus manos, por todo su cuerpo. Todo su ser manifestaba la entrega de sí mismo a Dios y a los hombres.

¡Que nada nos pueda preocupar de tal modo que nos llene de tristeza y de desánimo, que nos quite el gozo de la resurrección! La alegría no es una simple cuestión de temperamento cuando se trata de servir a Dios y a las almas; exige siempre un esfuerzo. Esta es una razón más para intentar adquirirla y hacerla crecer en nuestros corazones. Incluso si tenemos poco para compartir, siempre nos quedará la alegría que nace de un corazón enamorado de Dios. Por todas partes del mundo, la gente está sedienta y hambrienta del amor de Dios. Nosotros respondemos a esta necesidad cuando sembramos la alegría. Es una de las mejores fortalezas contra la tentación. Jesús puede tomar plena posesión de un alma que se abandona en él con alegría.


Beata Teresa de CALCUTA

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