domingo, 8 de mayo de 2016

LA VIDA CONTEMPLATIVA.




La vida contemplativa es la vida del cielo. Gracias al amor de unión con Dios, el hombre traspasa su ser de criatura para descubrir y saborear la riqueza y las deli­cias de la esencia del mismo Dios, que deja que fluyan sin cesar en lo más escondido del ser humano allí donde la nobleza de éste es semejante a la de Dios. Cuando el hombre recogido y contemplativo llega a encontrar su imagen eterna, y cuando, en esta nitidez, gracias al Hijo, encuentra su lugar en el seno del Padre, es ilumi­nado por la verdad divina.

Porque es preciso saber que el Padre celestial, abismo viviente, a través de las obras y con todo lo que vive en él, se vuelve hacia su Hijo como hacia su eterna Sabiduría, y esta misma Sabiduría, con todo lo que vive en ella y a través de sus obras, se refleja en el Padre, es decir, en este abismo del cual ella ha salido. De este encuentro brota la tercera Persona, la que es entre el Padre y el Hijo, es decir, el Espíritu Santo, su común amor, que es uno con ellos en unidad de naturaleza. Este amor abraza y atraviesa con fruición al Padre, al Hijo y a todo lo que vive en ellos, y esto con una profusión y un gozo tal que todas las criaturas quedan absortas en un silencio eterno. Porque la maravilla inaccesible, escondida en este amor, sobrepasará eternamente a la comprensión de toda criatura.
Beato Juan VAN RUYSBROECK






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