viernes, 20 de mayo de 2016

MI VIÑA.


Confieso que tengo todo el respeto por la explica­ción que ve en la parábola de la viña a la Iglesia uni­versal, a la viña de Cristo. Sin embargo, personalmente, me gusta considerar mi alma y también mi cuerpo, es decir, toda mi persona como una viña. No debo aban­donarla, sino trabajarla, cultivarla para que no la aho­guen los brotes o raíces extrañas, ni se vea agobiada por sus propios brotes naturales.
Tengo que podarla para que no se forme demasiada madera, cortarla para que dé más fruto. Sin falta tengo que rodearla de una valla para que no la pisoteen los viandantes y para que el jabalí no la devore. Tengo que cultivarla con mucho cuidado para que el vino no degenere en algo extraño, incapaz de alegrar a Dios y a los hombres o incluso que pueda entristecerlos. Tengo que protegerla con mucha atención, para que el fruto que con tanto trabajo se cultiva no sea robado furtiva­mente por los que en secreto devoran a los pobres. De la misma manera que el primer hombre recibió en el paraíso su viña y la orden de trabajarla y de guardarla, yo tengo que cultivar mi viña.

San Isaac de STELLA

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